El orco guapo
Sin haberlo imaginado jamás, alguien como yo, huérfano y muy alejado de la nobleza, gracias a mi fuerza para luchar y mi valentía, tuvo la suerte de contraer matrimonio con la hija de Henric, el duque de Willenon.
Tuve una infancia feliz; y tengo la impresión de que podría no haber sido así. Supongo que se debe a que nunca conocí a mis padres y hasta haber llegado a cierta edad no fueron muchas las cosas que pude elegir. Por suerte, soy de esas personas que no piensan en exceso, no devoran mi mente profundos pensamientos filosóficos, me gusta reír con mis amigos y pasármelo bien. En cambio, muchos de mis compañeros en la academia militar para huérfanos, vivían lamentándose, criticando los privilegios de la familia real y la nobleza.
Muchos de ellos estaban más pendientes de aquello que de entrenar duramente y aprovechar su única oportunidad: convertirse en grandes soldados y honrar al ducado. Aunque he de reconocer que en parte les entendía, es difícil jugárselo todo a una carta que no has elegido en la que además te juegas la vida. Yo tuve la suerte de tener bastante facilidad en combate debido a mi gran envergadura y fuertes brazos, con poco esfuerzo conseguía grandes resultados. Me gustaban los entrenamientos. Eran duros, pero esa dureza me motivaba.
La gran mayoría de aquellos compañeros ya no vive. Recuerdo con gran cariño a Valak, un chico alto y delgado de piel y cabello oscuros. Se rumoreaba que había sido abandonado por una familia noble de otro reino. Vivimos grandes momentos y ganamos importantes batallas. Si mal no recuerdo, desapareció a los 22 años en medio de una batalla que libramos contra un reino vecino. Unos decían que murió en combate pero quemaron su cuerpo, y otros, que aprovechó la ocasión para huir y encontrar a esa familia noble a la que debía pertenecer. Nunca supimos cuál fue el desenlace. Pivok Cabeza Roja era un chico bajito, pelirrojo y muy ágil. Fuimos como uña y carne hasta su prematura muerte a los 18 años, en medio de otra guerra. Yo mismo pude ver cómo lo atravesaron con una espada. Nos dejó marcados a todos durante mucho tiempo. Era una buena persona y no merecía ese fin.
Pero no solo había hombres, también había mujeres abandonadas al nacer y que pasaban a formar parte del ejército. Entre las mujeres destacaba Jessica la Rápida, posiblemente la única luchadora del ducado de Willenon que consiguió humillarme en combate, sus delgados y veloces brazos, pese a su corta estatura, la hacían invencible. Aquella fue una de las mayores lecciones que aprendí. Me di cuenta de que la rapidez puede ser más importante que la fuerza. Realizamos un breve campeonato, si mal no recuerdo, nos clasificamos veinte, Jessica y yo llegamos a la final. Posiblemente el luchador con más fuerza física frente a la luchadora con más rapidez, y el combate fue muy breve, no tenía tiempo de ver por dónde me llegaban los golpes. De repente estaba en el suelo, me levantaba y volvía a verme en el suelo rápidamente. Así, hasta que no me pude levantar más. Nadie fue capaz de acabar con Jéssica en combate, su vida terminó por causa de una grave enfermedad a los 25 años.
No todo eran peleas y entrenamiento. También teníamos momentos de diversión. Muchos días, tras la jornada de entrenamiento, nos íbamos a la taberna y nos quedábamos hasta tarde. El Capitán General no nos dejaba emborracharnos, pero siempre había alguno que otro que se quedaba bebiendo una vez que todo el mundo se había ido a dormir, y yo era uno de ellos con mucha frecuencia. Las tabernas y yo comenzábamos a entablar amistad, allí se aprendían muchas cosas y se olvidaban otras.
Crecí, comencé a entrenar en la academia y cuando ya tenía 16 años empecé a formar parte oficialmente del ejército. En el ejército comenzó mi mejor época. Mi facilidad para el combate hizo que me convirtiese en un hombre clave. No fueron pocas la batallas en las que ayudé a acabar con decenas de rivales. Mi fuerza hacía que pudiese superar sin dificultad a varios hombres.
Los logros que iba acumulando me situaron en una posición militar de privilegio, hasta que el duque decidió que yo debería casarme con su hija.
Era obvio que iba a tener que lidiar con habladurías y miradas de desaprobación, pero no me importaba. Y, lo que es más, yo nunca tuve el menor interés en formar parte de la realeza ni en casarme con aquella mujer de exuberante belleza. Alta, de anchas espaldas, grandes ojos verdes y larga melena oscura, pero cuyo carácter era demasido dominante para alguien a quien le gusta pasar el tiempo con sus amigos, riéndose y bromeando en la taberna tras duras jornadas de entrenamiento.
El duque, ese gran hombre que confió en mí mientras pudo, hizo todo lo posible para convencer a su hija, que tras muchas discusiones acabó aceptando porque no había otra salida. Siempre supe que ella no tenía el menor interés en mí, ni el duque parecía estar muy convencido; sin embargo, bajo mi liderazgo en la batalla, el ducado permanecería en pie. Tampoco importaba si yo no tenía formación alguna más allá del buen uso de la espada, su corte de administradores se encargaría de todo.
No eran pocas las situaciones de conflicto que tuve con mi esposa, a la cual consideraba mi esposa por el simple hecho de que nos casaron. Fue, por cierto, en una gran ceremonia a la que no faltó nadie de la nobleza ni una ingente cantidad de amigos, “borrachines” según mi esposa, y miembros de la nobleza real.
Fue un gran banquete con música, las mejores carnes y vinos, además de adornos con las más bellas y aromáticas flores de los alrededores. Durante la fiesta ella no sonrió ni una sola vez, yo disimulé lo mejor que pude, mientras veía a unos y a otros hacer sospechosos comentarios a la persona de al lado, a la vez que miraban hacia a mí con disimulo y se ponían la mano en la boca sutilmente para que no pudiese leer sus labios.
Por aquella época yo era un hombre de pocas preocupaciones, como ya he dicho. Todo pasó bien, nos reímos mucho, hubo diversión y celebramos la noche de bodas como era de esperar: en la misma habitación, pero durmiendo de espaldas y sin la menor esperanza de que ella al menos soltase una sonrisa. Nuestra vida de “pareja” consistía en la distancia en la vida privada y en guardar las formas en los actos públicos.
No obstante, un día, nada más entrar a la habitación, me llevé una sorpresa que no esperaba. Ilis, mi esposa, había puesto todas mis ropas en una bolsa.
-¡Ya no aguanto más esta
farsa! ¡Sal de aquí! ¡Nunca te he querido ni te voy a querer! -no solía gritar
con esa intensidad.
La segunda parte de lo que
dijo la sospechaba desde antes de la boda, pero eso de tener que irme
inmediatamente me dejó un poco desencajado.
-¿Has hablado con tu padre?
–le comenté intentando hacerla entrar en razón.
-No me importa lo que diga mi
padre. No necesito su autorización para ser libre. Tan solo acepté mi
matrimonio contigo por no hacerlo sufrir, pero el nivel de sufrimiento al que
estoy llegando gracias a ti ya no da para más -seguía muy tensa.
"¿Sufrir conmigo?, pero
si yo no hago nada”, pensé.
-Tú no eres feliz porque yo no
tengo cómo hacerte feliz. Nunca me has dado la menor oportunidad. Creo que ni
siquiera me conoces -respondí.
-¡Ni falta que me hace! ¡Sé cómo es la gente como tú nada más verlos!
Como no me gusta discutir y tampoco quería montar un escándalo, cogí mis cosas y me fui a la habitación de al lado. Sería mejor hablar con el duque. Si me iba del palacio y se corría la voz por el reino, el escándalo llegaría a todos los rincones y dejaría en evidencia al bueno de Henric.
Dormí en otra habitación y no fui a desayunar hasta que mi esposa, o lo que fuese, terminó. Entonces bajé y el duque todavía estaba allí, pensativo. Seguramente su hija le había contado algo y él no sabía qué hacer.
Le di los buenos días, me
senté, lo miré y le dije:
-Supongo que usted ya sabe lo
que ocurrió anoche.
Me miró, con ojos tristes, y
no respondió.
-Su hija no me ha querido
nunca, usted lo sabe.
-Lo sé, pero pensaba que con el paso del tiempo y descubriendo que en el fondo eres una persona de gran corazón, acabaría surgiendo el amor. Lleváis casi un año casados y las cosas van de mal en peor.
Conversamos hasta que el duque tuvo que irse. En ese momento se acercó a mí Laila, una de las limpiadoras, esposa de Ailon, el jardinero. Tenían fama de ser el matrimonio más cotilla del ducado. Se decía que lo sabían todo y, según algunos, si no lo sabían se lo inventaban.
-¿Ha visto usted lo tensa que
está su esposa? -me dijo con esa mirada típica de personas que quieren sonsacar
información.
-¿Qué si lo he visto? Lo he
visto y lo he padecido. Tú ya sabes que siempre ha sido todo así -le expliqué-.
Pero ahora está demasiado tensa. Mucho más de lo que jamás ha estado. Y ha
sido de repente.
-Te contaré un secreto. La
culpa no es tuya, es del orco. Del orco guapo.
"A veces los cotillas son
personas imprescindibles", pensé.
-¿Cómo?
-Si quieres saber más,
pregúntale a mi marido. Ahora está trabajando allí fuera.
Pude verlo a través de un gran
ventanal que estaba a unos metros de mí. Terminé el desayuno y salí al
jardín.
El sol me daba frente. Era un
día muy soleado y alegre. Al buen clima había que sumarle el agradable
canto de los pájaros.
Me acerqué a Ailon, el marido
cotilla, mientras miraba a mi alrededor recreándome en aquel bello día.
-Buenos días, Ailon. ¿Qué es
eso del orco guapo?
-No se lo puedes decir a nadie
-me dijo mirando alrededor para cerciorarse de que nadie estaba observando-.
¿Tú crees que esas clases a las que Ilis se va por el bosque para practicar
tiro con arco y pasear a caballo son ciertas? -me contó en voz baja acercándose con
suavidad a mi oído.
-Entonces, ¿a qué va?
-Va al bosque a verse con el
orco guapo.
-¿El orco guapo? -me
sorprendí.
-Sí. Lo llaman el orco guapo
porque es alto, delgado y muy musculoso. Tiene una bonita sonrisa y ojos
azules, mi mujer lo ha visto.
-Yo pensaba que todos los
orcos eran feos -dije mientras me rascaba la cabeza y ponía cara de ingenuo.
-Eso es solo un estereotipo.
Hay muchas clases de orcos, como las hay de humanos, elfos…
-Vaya, vaya -respondí
mientras una parte de mí se alegraba de que ella hubiese encontrado a
alguien a quien sí quería.
-¿Y qué puedo hacer yo al
respecto?
-Sugiero que te encuentres con
el orco y habléis entre vosotros. Tal vez consigáis llegar a algún tipo de
acuerdo. Creo que no tienes muchas más opciones.
-¿Y cómo puedo encontrarlo? Va
a pensar que quiero acabar con él.
-Déjalo de mi parte. Hablaré
con mi mujer y ella encontrará la forma de hacerlo. En dos días te daré una
respuesta.
-Muchas gracias por tu ayuda.
Confío en ti y sabré recompensarte con algunas monedas de oro -respondí a
sabiendas de que querían algo por al información.
Dos días más tarde me encontraba
adentrándome en el bosque con Ailon. Habíamos engañado al orco guapo, a través
de unos mensajeros, para que pensase que era mi esposa la que iba a aparecer.
Se le pusieron los ojos enormes cuando aparecimos a caballo Ailon y yo, en vez
de mi esposa con su séquito de encubridoras arpías.
Me bajé del caballo y vi
como rápidamente el orco se echó la mano a una daga que tenía en la cintura.
-Tranquilo. Vengo en son de
paz. Soy el marido de Ilis, tu novia. Supongo que habrás oído hablar de mí, no
vamos a pelear porque no tardaría más de dos segundos en partirte en dos -le
dije con gran convicción para asustarlo, aunque no lo tenía tan claro, él
parecía muy fuerte también.
-¿Te quieres casar con mi
mujer? -le pregunté con toda la naturalidad del mundo.
Yo lo miraba de arriba abajo
comprobando que era tal y como me lo habían descrito. Él no sabía qué
responder.
-Para ser sincero, no hay
problema, ella nunca me ha querido y nunca me va a querer. Pero hay un asunto
que necesito arreglar -añadí.
-Ambos estamos enamorados
desde mucho antes de vuestro casamiento.
En ese momento entendí por qué
la noche de bodas fue como fue.
-Comienzo a explicarme por qué
está tan tensa -dije.
-Queremos estar juntos y no nos gustaría seguir escondiéndonos por más tiempo, sin embargo, los dos sabemos que nadie me aceptará porque soy un orco, vivo en el bosque y ella ya está casada.
A la par que me hablaba, percibí lo injusto que era el mundo. Pese a que tenía ante mí a alguien apuesto, fuerte y aparentemente educado, no tenía la posibilidad de estar con Ilis por pertenecer a la casta de los orcos. En su mirada vi a un hombre que sufría por amor. Transmitía un sentimiento que yo jamás había sentido. Estaba enamorado de la mujer por la que yo nunca sentí nada ni ella por mí.
Volví a casa y entré en la habitación de Ilis. Ella estaba de espaldas y nada más oír la puerta, se giró y al verme estiró el brazo señalando con el dedo índice la dirección del otro cuarto, sin embargo, conseguí explicarle que había estado con el orco.
-¡No sé de qué hablas!
Se lo expliqué y me respondió:
-¡No sé cómo te atreves!
Avancé y me senté en la cama.
Ella estaba de pie, muy cerca, mirándose su hermosa melena en el espejo.
-He tenido una idea que tal
vez nos haga salir beneficiados a todos.
Y por primera vez me dejó
hablar y prestó atención a lo que yo tenía que decir.
Le dije que estaba pensando en
negociar un acuerdo con los orcos. Un acuerdo tanto comercial como militar, de
ese modo, las relaciones y los viajes entre nuestro ducado y las tierras de los
orcos se producirían con mucha más asiduidad.
-Ver a orcos por aquí o a nosotros por sus tierras será algo habitual y así, tú y el llamado “orco guapo” os podréis ver con frecuencia y nadie sospechará nada.
En ese momento pude ver en sus ojos cierto grado de ilusión. Percibió que además de yo que no tenía la menor intención en llegar a gustarle, lo que había hecho le supondría de gran ayuda, al mismo tiempo que su padre estaría más tranquilo.
Desde aquel día las cosas se calmaron, ella fue una mujer sonriente, el duque un hombre tranquilo y yo pude volver a dormir en la habitación de Ilis, aunque fuese en la cama de al lado.
Es rápido y se lee de un tirón, pero en mi opinión le falta profundidad. Quizá has querido contar mucho en poquito espacio. Aún así, me gusta y te doy las gracias por compartirlo
ResponderEliminarGracias a ti por el comentario. Estoy de acuerdo con lo que dices.
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